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#6 ¿Sueñan los hologramas con cafés en París?

  • Foto del escritor: Dani Mora
    Dani Mora
  • 7 oct 2020
  • 11 Min. de lectura

Un día en el MoMA

Hace unos días, pasé la tarde en el Museo de Arte Moderno. Vi Las señoritas de Avignon, la Marilyn dorada de Warhol y los relojes líquidos de Dalí. Pero lo que de verdad me llamó la atención fueron las audioguías. Bueno, no sé si se les puede seguir llamando “audio” guías. Resulta que el MoMA ha estado trabajando en este nuevo tipo de guías operadas por inteligencia artificial, que “proporcionarán al visitante una experiencia inmersiva, interactiva y totalmente personalizada, gracias a los últimos avances en autonomía robótica”. Algo así era lo que decía el correo de confirmación. No entendí nada. Pero, la verdad, aunque lo hubiera hecho, nada me hubiera preparado para esa tarde.

Antes de entregar las guías a turistas, que podrían ir por ahí dañando la reputación de la ciudad si algo sale mal, el museo ha decidido testarlas con residentes de Nueva York. Y yo soy uno de ellos, por si no se han enterado ustedes aún. Si sale bien, la dirección del MoMA piensa que esto atraerá al público al museo en cifras nunca antes vistas. La democratización definitiva del arte. Justo lo que la gente que va a los museos quiere: más gente en los museos.

Allí estaba yo, feliz conejillo de Indias. Desde el principio, vi claro que no se trataba de audioguías corrientes. Nada de grandes auriculares, o un aparatoso radiocassette colgando del cuello, o un walkie-talkie de los 90. En lugar de eso, era solo un par de gafas de realidad virtual, transparentes para poder apreciar los cuadros, y con un pequeño auricular en el lado izquierdo, para encajarlo en la oreja. Me las puse, las encendí, y subí al cuarto piso: arte de 1880 a 1940.

En la primera habitación, al fondo, cuelga esta escena de una noche en el desierto. Una mujer duerme tranquilamente bajo la luna llena, mientras un león se acerca a olisquear su pelo. Su sonrisa es tan confiada y la noche tan tranquila que no llegué a temer por ella. Es una pintura mágica. El autor es … no sé, un tipo con nombre francés. ¿Qué sabría yo? Yo estaba mirando el Van Gogh al lado.

Ésta era una pintura que yo había visto mil veces. Sin embargo, ella nunca me había visto a mí en persona. Un sugerente cielo nocturno sobre un pequeño pueblo al pie de una montaña. La luna y las estrellas brillan en círculos concéntricos y un ciprés flamea en primer plano. Impregnando todo están esos azules: azules oscuros, claros y verdosos. No puedo decidir si la imagen me reconforta o me da escalofríos.

Estaba ansioso por ver qué tenía que decir la nueva guía. Me quedé allí mirando la pintura durante un par de minutos. Entonces, esta figura humana apareció frente a mí. Casi me caigo de espaldas. Me estaba mirando desde un lado del cuadro, y sólo necesité ver su desordenada barba roja para reconocerlo. Al parecer, en vida había odiado las fotografías, por lo que su holograma, avatar virtual o cualquiera que sea el nombre técnico, estaba basado en uno de sus famosos autorretratos. Su oreja derecha estaba intacta.

―Bueno, ¿vas a preguntar algo, o me has hecho venir hasta aquí para nada?―, dijo con voz seca. Tenía un marcado acento holandés, un bonito detalle de programación.

―Bueno, a ver ¿qué intentaba expresar con este cuadro?.

―¡Qué original! Creo que eres la primera persona que pregunta eso por aquí. ¿Quieres la respuesta del folleto? Bueno, al parecer, las líneas en espiral y las luces temblorosas representan mi lucha interna y mis problemas mentales. Por lo visto la torre de la iglesia está inspirada en la Torre Eiffel y sugiere mi añoranza por París. El ciprés en primer plano es una señal temprana de mi futuro suicidio, así como un grito de confianza la vida eterna. En resumen: una línea que conecta la tierra y el cielo. Todo ello mientras yo, aparentemente, me encontraba en medio de una epifanía bíblica .

―Oh. ¿Qué epifanía?”

―¡Pues ya me lo dirás tú! Dicen que me sentí como Cristo en el Monte de los Olivos. Ya sabes, cuando supo que estaba a punto de ser entregado y ejecutado. Creo que si hubiera tenido una epifanía bíblica, lo recordaría. No es el tipo de cosas que se olvidan.

―¿Qué quiere decir con que lo recordaría? ¿No eres solo un programa informático? Supongo que “recuerda” lo que los programadores pensaron que Van Gogh, la persona, recordaría.

―“La persona”. Ya veo. Puede que sea “solo” un programa, pero al menos tengo dos dedos de frente. ¿Una epifanía bíblica? ¿Un ciprés que conecta la tierra y el cielo? ¿A quién se le ocurren estas cosas? ¿Les pagan por ello?

―Entonces, este cuadro, ¿qué es?

―¿Tan complicado es, de verdad? Es una vista nocturna del pueblo tras de mi ventana. Luna, estrellas, todo el pack. Pintado con estas líneas ondulantes y psicodélicas para darle un toque de pimienta. La torre es una torre y el ciprés es un ciprés.

―Pero, ¿acaso no sintió algo especial cuando lo pintó? Bueno, no digo usted, sino él. Sin faltar.

―No te preocupes, me han programado concienzudamente para hablar de sentimientos. No creo que haya nada especial en este cuadro, la verdad. Quiero decir, ¿estaba yo en mi mejor momento, esos días? Joder, claro que no. Estaba trastornado, encerrado en un manicomio, y me faltaba media oreja. No exactamente a punto de ser nombrado holandés del año. Por no hablar de muerto de aburrimiento. ¿Qué más podía hacer en ese pueblo perdido, sino ponerme a trabajar? Porque eso es lo que es esto, trabajo, mucho trabajo. Tenía que concentrarme mucho para terminar uno de estos, ¿sabes? Si me hubiera quedado allí, regodeándome en mis sentimientos, ¡nunca habría terminado una maldita pintura! En todo caso, pintar me permitía dejar de sentir por un momento. Eso es lo que me gustaba de ello. Bueno, eso, y que yo quería ser artista. Exponer en París. Se alguien. Ir a fiestas elegantes y salvajes, como Cézanne, o ese capullo de Gaugin.

―Pero, quiero decir, la pintura seguramente tiene un significado más allá de la imagen en sí, ¿no?

―Bueno, es bonito, ¿no? Eso dice la gente, al menos. Yo entonces no pensaba que fuera para tanto. Pero supongo que estaba equivocado. Pero, si hay belleza, ¿qué más quieres? ¿Qué más le pides al arte que poder quedarte ahí, admirando las estrellas y los árboles, sonriendo y dejando de pensar en tu mierda de realidad por un segundo?

Asentí con la cabeza, aunque estrictamente no había nadie delante mío. Aplaudí mentalmente a los programadores por diseñar un holograma con tanta autonomía y libertad creativa. También por permitir los tacos; ciertamente le dan un toque humano al asunto. Quería seguir viendo más obras, pero primero, no sé si él (¿ello?) esperaba que me despidiera.

―Bueno, gracias por su explicación. Supongo que le veré por ahí .

―De nada. Ahora, por favor, déjame en paz y vete a molestar a los Expresionistas.

Seguí caminando por habitaciones llenas de cuadros, mirando aquí y allá, hasta que algo se interpuso en mi camino y captó mi atención. Una pala colgando del techo. De esas de quitar la nieve de la entrada. Simplemente flotando allí, en medio de la sala. Justo debajo había dos sillas. Una silla normal de plástico duro, y un taburete con una rueda de bicicleta pegada. Estaba mirando la silla corriente cuando una figura apareció junto a ella. Esta vez era una persona real, al menos en el sentido de que no era un dibujo animado, sino un holograma de carne y hueso. Se trataba de un anciano alto y huesudo, con una pipa en la boca. Oh, y estaba en blanco y negro.

―¿Impresionado?, dijo, con una voz confiada y aguda con suave acento francés.

―¡Si! Bueno, no lo sé, en realidad. ¿Qué es lo que estaba tratando de expresar con esta silla? Si no le importa que pregunte.

―Por supuesto, por supuesto, me encantará contártelo todo sobre mi silla. Verás, la encontré en el callejón detrás de mi estudio, aquí mismo en Nueva York. Creo que corría el año 1918. Me dije a mí mismo: ¿por qué una simple silla como esta no puede ser arte? ¿No soy yo un artista? Y si soy un artista y digo que esta silla es arte, entonces es que es arte. Voilá. Y ni siquiera tengo que hacer nada. Inventarme un título tonto y firmarlo, eso es todo. Si quiero, puedo exponer en todos los museos del mundo al mismo tiempo, siempre que haya suficientes sillas.

―Vale, el artista hace arte, supongo. Pero no todo el mundo es artista, ¿no?

―¡Claro que no! Qué tontería. ¿Cuál sería la ventaja de ser artista, entonces? Pero, ¿hacer que la gente crea que todo el mundo puede ser artista? ¡Ahí está el verdadero arte!.

―¿Disculpe, caballero?― dijo una voz a mis espaldas. Me di la vuelta y vi a un trabajador del museo. Pensé que me iba a pedir que me alejara de las obras de arte. Pero, para mi asombro, se acercó a la silla y la levantó despreocupadamente.

―Disculpe, la dejé aquí un momento porque el suelo estaba mojado, no sea que alguien resbalase y cayese contra las obras.―dijo. Se llevó la silla a la entrada de la sala y se sentó en ella―. Por cierto, señor,―añadió―tenga cuidado con Marcel Duchamp. Hay un error de código en las guías, y el tipo se aparece por todas partes tratando de convencerlo de que casi cualquier cosa en este edificio es cosa suya.

―¿Un error de código, dice?

―Oh si. Y muy molesto. No sabe cuántas veces se ha aparecido a la gente en los urinarios. El personal de limpieza amenaza con hacer huelga si no lo arreglan en la próxima actualización.

―Bueno es saberlo. Gracias por el aviso―, le dije.

Me volví hacia el espacio vacío dejado por la silla. El traicionero francés también había desaparecido. Eché un vistazo a la pala y la rueda de bicicleta, pero decidí seguir adelante. Creo que había captado el mensaje.

Un par de salas más adelante, dejé de ver montañas, árboles y cuerpos humanos desorganizados. Ahora no había más que brochazos y cuadrados de colores. Había llegado a esa parte del museo. El Expresionismo Abstracto se parece un poco a la religión: ambas requieren actos de fe. Con la religión, tienes que creer que hay un significado más profundo detrás de todo a pesar de no poder ver. Con las pinturas abstractas, tienes que creerlo a pesar de lo que, de hecho, estás viendo.

Después de algunos brochazos y cuadrados más, me encontré frente a este enorme lienzo, que ocupaba toda una pared, completamente cubierto de líneas de pintura. Líneas entrelazadas, de aspecto caótico, en su mayoría negras, blancas y grises. Era como si ese lienzo hubiera contenido el borrador descartado de una pintura real y alguien hubiera tratado de cubrirlo violentamente. O pedido a un grupo de preescolares hiperactivos que lo hicieran. El nombre de la pintura era simplemente “Uno: Número 31, 1950”, y el artista …

―¡Jackson Pollock! ¿Puedes creerlo? Aquí estoy.― Y ahí estaba: un hombre delgado y calvo, vestido como Steve Jobs, con un cigarrillo en la boca. ―Aunque realmente no sé lo que estoy haciendo aquí. No soy necesario en absoluto. La pintura habla por sí sola.

―En realidad, esperaba que estuviera usted aquí. ¿Puede explicarme un poco la pintura? El título no es muy esclarecedor

―El título es más que suficiente. No quería que la gente entrara en el cuadro con ideas preconcebidas, ¿sabe? Es solo eso: pura pintura, imagen sin más. Quiero que el espectador se forme su propia idea, que absorba la pintura y se conecte directamente con su yo interior. Sin intervención de la mente consciente.

―Lo entiendo, y seguro que fue genial la primera vez. Pero tengo la impresión de que en algún momento todos sus cuadros se vuelven más o menos el mismo.

Justo entonces, noté una presencia a mi derecha. Me refiero a un ser humano real. Solo podía ver parte de su cara, porque ella también llevaba gafas de realidad virtual. Pero mis ojos estaban a la búsqueda de formas y colores sugerentes, y ella tenía un hermoso cabello rojo.

―¿Qué opinas de Pollock? ¿También crees que todas sus pinturas son iguales?

No hubo respuesta. Ni siquiera se movió. Pero escuché una voz entrar por mi oído izquierdo.

―Oh, entonces supongo que mis pinturas no valen nada, pero soy lo suficientemente bueno como excusa para ligar, ¿verdad?”.

―Oh, vamos, solo estoy intentando ser sociable.― respondí a mi guía.

―Perdona, ¿decías algo?” Era la chica. ¡Claro! Yo le había hablado al oído cubierto por el auricular. Ella también debía estar escuchando algo. O a alguien. Pero ahora me estaba mirando, apartando el pelo hacia a un lado y descubriendo un par de grandes ojos marrones detrás de las gafas.

―Lo siento. Solo te estaba preguntando qué opinas de Pollock― dije.

―¡Me encanta!,― dijo con entusiasmo. ―Creo que sus pinturas pueden ser un poco confusas al principio, pero hay tanto poder y emoción en ellas…

―Sí…― Es todo lo que pude decir. Pollock se lo estaba pasando en grande a mis expensas.

―¿Escuchaste eso?― dijo ―. Parece que el viejo Pollock no es tan repetitivo después de todo. A ella le gusta.

Mirando a mi izquierda, pregunté al pintor, en voz muy baja, si podía contarme algo más sobre este cuadro. Sabía que no habíamos comenzado exactamente con buen pie, pero seguro que debe haber una ley de la robótica sobre ayudar a los humanos en momentos de extrema necesidad.

―Lo siento, ¿qué dijiste? No te escuché.― Parecía muy entretenido.

―Dije: ¿sabes algo más sobre este cuadro?― Esta vez lo dije demasiado alto y la chica pensó que le estaba hablando a ella.

―Bueno, ¿sabías que esta fue una de las primeras pinturas que Pollock pintó del todo horizontalmente?― dijo. ―El lienzo estuvo tirado en su estudio, mientras él arrojaba la pintura.

Una vez más, miré discretamente a mi izquierda y vi a Pollock asentir con la cabeza. “Sí, incluso pasé algunas noches durmiendo sobre él”, añadió. Suficientemente para mi.

―¡Sí! Y he leído en alguna parte que incluso pasó algunas noches tumbado en el cuadro.―dije.

―Oh―, dijo ella. Volvió a mirar la pintura, se detuvo un par de segundos y luego agregó “¿Por qué no? Al final, se trata de la expresión no intermediada de las emociones humanas, ¿no es así?”

―Exactamente― sentencié.

―Oh, por Dios― exclamó Pollock. ―”¿La expresión no intermediada de las emociones humanas?” ¡Directo del libro de texto! Su Polock ni siquiera se esfuerza. Dile esto, anda: “Esta pintura es una expresión de la conexión casi ontológica del ser humano (el “casi” es importante, muestra que estás improvisando) con la estimulación visual y, por tanto, con el arte en sí mismo. Este cuadro es descendiente directo de las pinturas de los hombres de las cavernas”.

Le repetí sus palabras lo mejor que pude, aunque me negué a usar la expresión “descendiente directo”. Escuchó y asintió con la cabeza, luego volvió a mirar la pintura durante unos segundos y dijo:

―Absolutamente. Las pinturas rupestres fueron una inspiración importante para Pollock. Junto con los cigarrillos y el whisky … Uy, lo siento, suena cruel cuando lo digo yo. No importa … ¿Por cierto, sabías que Pollock se interesó por esas cosas cuando visitaba una cueva prehistórica en algún lugar de España?

Mi Pollock se encogió de hombros. Era la primera vez que escuchaba hablar de ello. Parece que el otro Pollock también se estaba divirtiendo. O tal vez era ella. ¿Qué importaba, y quién era yo para dejar ir este regalo?

―¿De verdad? Yo vengo de España. Creo que seguramente he estado en esas cuevas en esas cuevas. Es una experiencia increíble, si alguna vez tienes la oportunidad.

―Oh, ¡vaya!. Lo recordaré ― dijo con una sonrisa. ―Ha sido un placer conocerte. De hecho, ¿puedo pedirte tu número?

Me quedé un poco paralizado. No sabía si lo había entendido bien. Miré a Pollock y él hizo una simulación bastante decente de un rostro humano diciendo ¿a qué narices estás esperando? Eso me hizo reaccionar. Intercambiamos números de teléfono y prometí escribirle. Se despidió y me deseó que disfrutara del resto del museo.

Me quedé de nuevo solo con el pintor. Hay que reconocer que el hombre era más de lo que yo había pensado.

―Gracias. Le debo una bien grande. A todos ustedes.

―Bueno, no te preocupes. Ha sido divertido veros a los dos. Eso es el arte, ¿no? Puras emociones, desnudas, no influenciadas por representaciones figurativas.

―He de decir que, para mí, su representación era bastante figurativa. Pero creo que entiendo lo que dice. Sin embargo, no sé si esta nueva guía tan fantástica me ha ayudado de verdad a comprender mejor el museo. ¡No hacen más que mandarme mensajes contradictorios! El arte va de belleza. El arte va de emoción. El arte va de lo que te dé la real gana. Entonces, ¿en qué quedamos?

Pollock me miró de arriba a abajo, dio una bocanada virtual a su cigarrillo y dijo:

―Piénsalo de esta manera: si te ayuda a pillar cacho, es arte.

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