top of page
Buscar

Diarios de Bruselas: historia de una decepción

  • Foto del escritor: Dani Mora
    Dani Mora
  • 24 jul 2021
  • 9 Min. de lectura

26 Junio

Hace unas semanas me mudé a Bruselas. En esta ciudad se vive bastante bien, pero la verdad es que estoy decepcionado. No, no son las nubes y la lluvia. No son las dos naciones, tres idiomas y diecisiete comunas. Ni siquiera son los camareros que, no contentos con no saber lo que es una tapa, te tratan como a una mosca que les ronda la oreja. Mi decepción se debe a otra cosa: aún no sé nada de ninguna orgía. No es que no haya participado en ninguna, no. Es que no he visto ni rastro de ellas.

No me lo explico. Estaba convencido de que las habría, y muchas. Al menos, lo estaba desde que hace unos meses circuló aquella noticia: un eurodiputado húngaro era sorprendido por la policía belga en plena bacanal, saltándose las restricciones por coronavirus junto a otras 25 personas. Al principio, yo me quedé, como todos, en la anécdota.  La orgía era predominantemente masculina y el eurodiputado en cuestión pertenece al partido de ultraderecha Fidesz y era famoso por sus posturas homófobas (a falta de detalles sobre sus otras posturas). Sin embargo, poco a poco se fue instalando en mi mente la idea que, creo, constituye el auténtico fondo del asunto. Una ciudad en que hasta un desfasado reaccionario de Europa del Este pilla cacho, no puede ser tan aburrida. Dicho de otra forma, si en medio de las mayores restricciones, Bruselas puede satisfacer las perversiones del bueno de József Szájer, ¿qué no podrá hacer por aquellos más instalados en el siglo XXI? Desde ese momento tengo una idea completamente nueva de la capital de Europa. Si había orgías para políticos ultras, ¿por qué no iba a haberlas para socialdemócratas? ¿Para verdes, liberales e independentistas? ¿Para corresponsales, lobistas y diplomáticos? ¿Para traductores, assistants y hasta para interns? ¿Por qué no iba a ser la famosa “burbuja europea” en realidad una gran espiral, una sórdida espiral de desenfreno colectivo? Reconozco que puede no ser una perspectiva atractiva para todo el mundo, pero para mí, era irresistible. Es lo que tiene estudiar Ciencias Políticas.

Con la excusa de un puesto en asuntos europeos, hice el equipaje dispuesto a sumergirme de lleno en ese desmadre. No tenía ni idea de qué maleta corresponde a esa vida, así que la llené de condones, mudas limpias y Trombocid. Aterricé en Bruselas dispuesto a tener los ojos y oídos bien abiertos a la espera de una oportunidad. Como no tengo ninguna experiencia, la verdad es que no sé si llegado el momento me atrevería. Espero que, llegado el momento, sabré que hacer. De todas formas, es la mera posibilidad lo que más me atrae. La idea de vivir en un lugar en que, si quieres, siempre hay una orgía al alcance de la mano.

Con toda la emoción, no había pensado mucho en cómo se entera uno de estas cosas. Si la costumbre estaba tan extendida en los círculos europeos como yo creía, era inevitable que un día conociera a alguien que conocía a alguien que conocía a alguien. Daba por supuesto que es una de esas cosas que surgen, sin más. Un comentario bien escogido a la persona adecuada, una ligera mueca, seguida de un guiño cómplice. Unos días después, esa persona te manda un mensaje de whatsapp con una hora y lugar.

Ni que decir tiene que no ha sido tan fácil, o no estaría un sábado por la tarde escribiendo estas líneas. ¿A quién dejárselo caer? Imposible hacerlo con los compañeros de piso: no es el tipo de conversaciones que quiero tener en el desayuno. La gente del trabajo también descartada. El otro día le pregunté a un compañero que qué opinaba de los swingers, y dijo que era lo único que le gustaba del McDonald’s. Tampoco se lo puedo preguntar a cualquiera que me cruce una noche por ahí. Si resulta ser la persona equivocada, puede generar un malentendido. Tiene que ser alguien con quien tenga al menos alguna camaradería, pero a quien, a su vez, no me importe rehuir por el resto de mi vida.

No desisto, llegará.

3 Julio

Hoy fui a la ópera, aprovechando uno de esos descuentos para jóvenes. Una manera de alejar mi mente de perversiones, me dije. Tosca, la obra en cuestión, no es en principio una de esas óperas especialmente eróticas. Destaca por ser un retrato del abuso de poder, culminando con la muerte trágica de una pareja de enamorados. Precisamente, el director artístico encargado de realizar el montaje debió pensar que eso estaba bien para un público de 1900, que no tenía 5G, pero que en 2021 hace falta algo más para mantener nuestra atención durante tres horas. Por suerte, el artista vislumbró una conexión entre la ópera y la película Saló o los 120 días de Sodoma de Pasolini, entre el calvario del pintor Cavaradossi y el via crucis del director de cine italiano. Seguro que pueden encontrar una explicación a todo ello en internet, pero ¿no es evidente?

Cómo exactamente esta licencia artística se iba a concretar quedó pronto claro. En las primeras escenas, el párroco cuya iglesia acoge al tenor Cavaradossi aparece rodeado de un grupo de monaguillos, algo crecidos pero de rostros núbiles, vestidos con unas leves túnicas blancas que, todos en el público intuimos, no hacía falta lavar muy a menudo. Efectivamente, en todo el resto de la obra, los jóvenes no volvieron a cargar con ropa alguna. Con todo el cuerpo rasurado excepto por un púdico vello púbico, los chicos ejercían de atrezzo, frotándose con las columnas, yaciendo en muebles varios y sentándose inocentemente sobre las piernas de los cantores.

Mirando a mi alrededor, constaté con sorpresa que nadie se escandalizaba. El teatro Real de la Moneda, repleto de lo más selecto de la societé bruxelloise, y ni un gesto torcido, ni una ceja a medio levantar. Pero, al poco rato, reflexioné: ¡claro! Se trata de Bruselas. La mayor parte del público debía ser parte de la burbuja europea, y los belgas que haya han debido adoptar las costumbres de la clase dirigente extranjera. A saber qué tipo de planes esperaban a toda esa gente guapa al salir de la ópera. Seguramente harían enrojecer al mismísimo Pasolini. El pobre director artístico, un español que no sabría lo que se cuece de verdad en Bruselas, quiso venir a provocar y acabó representando La Naranja Mecánica ante Atila y los hunos.

Así, la función no hizo más que reafirmar mi convencimiento de que todo el mundo en Bruselas se lo estaba pasando en grande menos yo. Pensaba en esos chavales desnudos sobre el escenario. ¿Cómo cualifica uno para ese trabajo? ¿Dónde se publica la oferta? Y, sobre todo: si ese es su trabajo, ¿qué hace esa gente en su tiempo de ocio? En esas cosas pensaba al salir del teatro, cuando una voz me llamó. Al girarme vi que era una amiga.

—¿Qué haces por aquí? ¿Qué te ha parecido la obra? — me preguntó, y entendí por su risa que a ella sí le había sorprendido. Normal, también acababa de llegar de España.

—Oh, bueno. Diferente. Es decir, bueno, curioso. — dije, no queriendo parecer yo mismo demasiado sorprendido.

—Oye, ven que te presento a un par de amigos.

Se dio la vuelta y me guio hasta un grupito. Empecé a estrechar manos y a olvidar nombres. Una de las caras me resultaba extrañamente familiar. Era un joven alto y delgado de pelo largo, cara algo aniñada. No podía recordar dónde la había visto, pero de alguna manera estaba muy viva en mi memoria. Era extraño, aún no conocía a mucha gente en Bruselas. Me acordaría.

—¿Qué te ha parecido la actuación de Víctor? — preguntó mi amiga, con la misma risa de antes.

Entonces caí.

Me dije a mi mismo que era porque había centrado mi atención en los rostros de los cantantes, pero lo cierto es que no le había reconocido con tanta ropa encima.

—Ah, ¿eras tú…?

—Era yo— contestó, con el tono de quien ya ha oído todas las bromas.

—Joder, pues ha estado bien, ¿no? ¿Cómo es estar ahí arriba desnudo? — no sé por qué, me alegré de no haber dicho “en pelotas”.

—Bueno, tienes que estar atento todo el rato para estar en tu sitio, ¿sabes? Ni un centímetro más allá. Estás tan concentrado en fluir, en sincronizarte con la música, en ser parte de la obra de arte, que enseguida te olvidas de no llevas ropa. Es una sensación muy única. Mientras estás ahí escuchando E lucevan le stelle, te das cuenta de que en realidad, todos estamos un poco desnudos.

—Pero unos más que otros. Pues enhorabuena ¿no? Qué bueno.

—Íbamos a ir a tomar una cerveza —interrumpió mi amiga—. Por si te quieres venir.

—¿A dónde? ¿Al Delirium? Está aquí al lado.

—El Delirium es un poco para guiris, ¿no?

—Ah, no lo sabía. Bueno, pues por mí vamos donde queráis.

Acabamos en un bar de la zona. La cerveza belga es, como es sabido, una de las pocas cosas que hacen posible la vida en este país. Pero para el bebedor mediterráneo supone un problema de medida mucho mayor que el de una yarda o una pulgada. Para los belgas, toda cerveza de menos de ocho grados es poco más que agua, por lo que es imposiblepara nosotros controlar bien la dosis. Después de algunos vasos, por fin me atreví a hacer la pregunta que llevaba horas deseando hacer.

—Pero, entonces, ¿cómo se mete uno en eso? ¿Linkedin?

—No, por supuesto que no— dijo Víctor riendo—. Pues nada, yo había venido a Bruselas a trabajar para una consultora, se me acabó el contrato, pero no me quería volver. Y bueno, me propusieron esto y dije ¿por qué no?

—¿Pero te lo propusieron cómo? — espero no haber sonado demasiado desesperado.

—Bueno, al final conoces a alguien que conoce a alguien.

—Interesante. ¿Te apetece otra cerveza?

Nunca se me ha dado bien ligar en discotecas. Esto era un poco diferente, cierto. Pero, igualmente, se trataba de ganarme su confianza. Él podía ser mi llave a ese mundo que yo sabía que estaba ahí, en alguna parte. Pero, ¿cómo sacarle el tema? Intentar hablar de orgías es como intentar encontrar un camello: no puedes ir por ahí asumiendo que a alguien le van esas cosas. Comencé preguntándole por la fiesta en Bruselas. ¿La encontraba una ciudad animada?

—Sí. Sí, parece que no, pero sí. —dijo, levantando el dedo índice para afirmar.

—Mucha locura, ¿o qué?

—Bueno, no tanto. A veces.

—¿Me recomiendas alguna discoteca?

—Discotecas no he ido a tantas. Pero he oído que las hay buenas. —algo me ocultaba. ¿Dónde había estado de fiesta este chico?

—Y, qué sueles salir, ¿con otros españoles?

—No, no tanto. Bueno sí, también con españoles. De todo un poco.

—De todo un poco, ¿no? — tantas veces la frase más tonta es la que funciona.

—De todo, de todo, la verdad— dijo, riendo para sus adentros. Era él. Era él a quién buscaba.

—Suena bien. A mí me han dicho que en Bruselas hay buenas fiestas, pero un poco más privadas, no sé si me entiendes. Más subidas de tono.

—Es posible— contestó, con una cara de sorpresa que, la verdad, me dolió un poco— ¿Tú estás metido en esas cosas?

—Bueno, metido, lo que se dice metido, no. Alguna vez, con algunos amigos… —mentira, claro. ¿Por qué metía a mis amigos en esto?— Pero no me importaría probar algo más organizado. Bueno, organizado. Ya sabes. Organizado pero desenfadado—. Apuesto a que esa descripción nunca la había oído.

—Hombre, me puedes dar tu teléfono y te puedo pasar algún contacto, o avisarte. Pero, a ti qué te gustan, ¿chicos, chicas?

­—Me gustan las chicas, eso seguro. Los chicos, la verdad creo que no, pero también es verdad nunca lo he probado. ¿Es importante? ¿A ti, qué te gusta?

—Yo, la verdad, ya no sé. Tampoco estás obligado a hacer nada que no quieras hacer. Pero al final casi todo el mundo se anima.

—Bueno, tendré que empezar por el nivel para principiantes.

Le di mi contacto y quedó en avisarme si se enteraba de algo. Seguimos la noche hablando con los demás de cosas sin importancia, y después nos fuimos cada uno a nuestras casas.

15 Julio

Casi dos semanas y todavía sin noticias. No tengo su número, pero sin duda mejor así. Habría estado muy tentado de escribirle.

24 Julio

El lunes, por fin, llegó un mensaje:

“Hola, soy Victor. De la Ópera? Se está organizando algo el viernes en un piso del centro. Sobre las 8. Habrá un poco de todo. Te apuntarías? Dresscode negro”

Pasé martes y miércoles sin pegar ojo. “Mañana te digo”, le había dicho. “Tengo que ver si al final tengo una cosa”. Por supuesto, no había tal cosa. ¿Qué tipo de plan es la alternativa a una orgía? En muchos momentos estuve tentado de responder que me apuntaba, y que mi yo del viernes se apañara como pudiera. Dudaba y soñaba despierto. Algunas veces, veía cuerpos esbeltos y límpidos como el de Víctor, y muchas chicas salidas de películas de Rohmer. Otras, veía eurodiputados húngaros.

Llegó el viernes por la tarde. Me decía que se había hecho un poco tarde para avisar de que me unía. Pero, al fin y al cabo, ¿cuánta formalidad es lógico esperar en estas cosas? Por otra parte, ¿estaba yo preparado para tomar parte en una orgía? ¿No hay que conocer antes unas normas de seguridad, unas rules of engagement? ¿Tal vez un poco de primeros auxilios? ¿Hay que usar nuestro verdadero nombre? Si es así, ¿conviene llevar tarjetas de visita? No tengo, solo soy el becario. ¿Hay que llevar bebida, algo de picar? ¿O se va directo al grano? ¿Conviene ir cenado?

Llegaron las ocho menos cuarto, y yo aún estaba en casa, mirando la camiseta negra y los vaqueros oscuros que había tenido que pedir prestados. “Bueno, ya es tarde. Voy a escribir a Víctor diciéndole que no voy”, pensé. Sin embargo, se me ocurrió que él ya estaría por allí, empezando a meterse en situación, y tal vez le cortaría un poco el rollo. Escribirle mañana por la tarde, cuando haya descansado. Decirle que lo sentía, que al final no pude cambiar aquello que tenía, que me avisara para la próxima. Fui a la nevera y me abrí una cerveza. Entendí que tal vez Bruselas no es una ciudad tan excitante como yo había pensado. Y que menos mal.

En realidad todo era una excusa para usar esta viñeta


Comments


bottom of page